EL COMERCIO
El rasgo más característico de la economía colonial consistió en su confinamiento en pequeños núcleos
urbanos, cuya supervivencia dependía menos del trafico comercial que de su capacidad de autoabastecimiento
en ciertos recursos esenciales. Esporádicamente uno de tales núcleos podía romper el aislamiento y concentrar
temporalmente un cierto grado de riqueza, como cuando se accedía a un rico yacimiento minero. El comercio
interno estuvo así subordinado a las fluctuaciones y a los ritmos impuestos por la minería.
En el conjunto colonial hispanoamericano la minería neogranadina del oro significó también su aislamiento
relativo. En una red de intercambios coloniales que gravitaba sobre los ejes de grandes centros mineros como
Potosí, la presencia de la Nueva Granada fue marginal. Potosí pudo en efecto subordinar las actividades de un
amplio espacio económico e imponer ciertas formas de especialización productiva regional. De esta manera
surgieron los obrajes de Quito, el comercio de muías en el noroeste del Río de la Plata o la comercialización
de los cereales del valle Central de Chile.
En contraste, el espacio económico de la Nueva Granada aparece desarticulado y sometido a los azares de una
frontera minera cambiante. El auge y la decadencia de algunas ciudades estuvieron asociados directamente
con la aparición súbita y la desaparición no menos rápida de reales de minas. En el siglo XVI, por ejemplo.
Pamplona se benefició con el descubrimiento de los yacimientos de Vetas, la Montuosa y Río del Oro.
Después de un corto período de prosperidad y de extravagancia en los consumos que le valieron el nombre de
"Pamplonita la loca", la ciudad entró en un período de larga decadencia. Poblados como Vitoria o Guamocó
podían desaparecer sin dejar rastro o convertirse en sombras. Durante el siglo XVIII ciudades como Popayán,
Medellín y Rionegro hicieron su fortuna con la internación de mercancías en los reales de minas del Chocó,
Rionegro y Santa Rosa.
El auge minero estuvo asociado con consumos conspicuos entre una capa ínfima de la población. La
satisfacción de tales consumos dio un prestigio desmesurado al ejercicio del comercio de las llamadas ropas
de Castilla, es decir, de géneros importados que podían proceder de muchos centros manufactureros europeos
de artículos de lujo. El comercio más lucrativo fue con todo, el de los esclavos negros.
Como se ha visto, en este comercio intervenían rivalidades de las grandes potencias europeas. El comercio de
esclavos, o trata, trajo consigo también la introducción ilícita de otras mercancías. La extracción de oro en
polvo favorecía especialmente el contrabando, tanto de esclavos como de mercancías. Ello condujo a
prohibiciones rigurosas de navegación en los ríos Atrato y San Juan y al establecimiento de un engorroso
sistema de guías y contraguías que los comerciantes debían exhibir en Mompox. Honda. Nare y las ciudades
en donde debían expender sus mercancías. El deseo de preservar la colonia del contrabando y la influencia
extranjera condujo también a la creación del virreinato de la Nueva Granada en 1719 y de nuevo en 1740.
Los mercaderes de la carrera se ocupaban del comercio al por mayor, en contacto directo con factores de las
casas sevillanas o gaditanas que operaban en Cartagena, y sus operaciones individuales podían alcanzar el
monto de una mediana fortuna. Muchas veces se trataba de criollos o de inmigrantes españoles que podían
convertirse con el tiempo en terratenientes o financiar empresas mineras. Al lado de tan prestigiosos
comerciantes figuraban también pequeños tratantes o comerciantes al por menor, que por lo común tomaban
mercancías a crédito y las distribuían, igualmente a crédito, en centros de
consumo como los reales de minas o villas y pueblos de indios. Por debajo de ambos estratos reconocidos de
comerciantes actuaba una masa heteróclita de intermediarios, principalmente pulperos y contrabandistas de
tabaco y aguardiente.
Durante los siglos XVI y XVII el comercio estuvo limitado por la circulación restringida de signos
monetarios. Aun si los indígenas fueron obligados en alguna medida o monetizar ciertas relaciones sociales
básicas, la coerción sobre el trabajo los privaba de un acceso a la moneda. Semejante situación preservó las
formas tradicionales de los intercambios indígenas. Este tipo de relación debió de extenderse incluso a la
masa creciente de mestizos que se iban incrustando en los resguardos indígenas. En el curso del siglo XVIII,
sin embargo, blancos pobres, mestizos y mulatos encontraron una oportunidad en la comercialización de
productos como el tabaco, la miel y el aguardiente. Después de 1740 la Corona emprendió la tarea de estancar
estos productos de un amplio consumo. Ello dio origen a conflictos sociales esporádicos y a la aparición de
contrabandistas como un tipo social. La implantación definitiva de los estancos iba a producir una conmoción
de proporciones todavía mayores. Pero esto abre un nuevo tema que se inicia con la consideración de las
llamadas reformas borbónicas.
Resumen de INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA ECONÓMICA DE COLOMBIA. Alvaro Tirado Mejía.
Editorial la carreta
martes, 8 de septiembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
pilas con lo que escriben